¡Qué extrañas criaturas son los hermanos!
Jane Austen
Desde Caín y Abel (… o el homo sapiens primogénito y su hermano pequeño), las relaciones entre hermanos han sido un tema de interés en toda la humanidad. Numerosas historias parten de un clásico en este tipo de relaciones: una rivalidad extrema o un afecto irrompible. Sin embargo, las relaciones entre hermanos son, afortunadamente, mucho más complejas.
Como el agua y el aceite
Mismos padres, mismo lugar, mismo momento histórico, y sin embargo… “parece mentira que sean hermanos”. ¿Qué hace que dos personas que, en principio, deberían haber desarrollado una personalidad y capacidades similares, puedan llegar a ser tan distintas?
Para dar respuesta a esta simple pregunta, y que tantas veces nos hacemos a lo largo de nuestra vida, en psicología surgió una primera perspectiva denominada clásica. Desde esta visión, las diferencias entre hermanos se explicaban a través de variables estructurales, es decir, variables como el orden de nacimiento, la diferencia de edad o el sexo. Así, por ejemplo, se defendían creencias poco fundamentadas/realistas como que ser el primogénito correlacionaba con la inteligencia (a los pequeños sólo nos quedaba ser los graciosos).
Sin embargo, aunque estos componentes son importantes, la psicología ha avanzado lo suficiente en las últimas décadas como para afirmar que la predicción del comportamiento humano no está basada en una relación causal entre dos únicas variables. Simplificar fenómenos psicológicos de este modo no sólo es erróneo, sino que no llega a alcanzar la complejidad de lo que se pretende estudiar.
Para complementar y alcanzar una visión más realista sobre las diferencias entre hermanos surgió la perspectiva interactiva. La base de ésta se encuentra en una idea simple, pero a veces difícil de deducir: el ambiente familiar en el que se desarrolla un hermano no es idéntico a aquel en el que se desarrolla otro. Por ejemplo, los padres y madres no son exactamente los mismos, pues al menos con el paso del tiempo han acumulado experiencia sobre cómo criar y educar a un hijo que no tenían cuando fueron padres por primera vez. En el caso de gemelos o mellizos, tampoco viven las experiencias del mismo modo. Factores como el temperamento (algo así como el carácter innato), más fácil o más complicado en uno que en otro, pueden marcar desde pronto la forma en que el bebé percibe su entorno y cómo es tratado. También es cierto que las interacciones sociales que vive el segundo (o tercer…) hermano son distintas a las que vivió el primero, pues como mínimo, cuenta con un agente socializador más en su entorno familiar (es decir, cuenta con un hermano).

Aunque compartan gran parte de la herencia y el ambiente, cada hermano vive una vida única, diferente a la de los otros.
Del mismo modo, no se pueden estudiar las relaciones entre hermanos sin tener en cuenta la influencia que tiene en ellas las relaciones padres-hijos y las relaciones maritales. La calidad de la relación de pareja está relacionada con la calidad de la relación fraternal. De este modo, un buen ajuste marital es un seguro de vida para las relaciones positivas fraternales. Igualmente, una relación desigual de los padres hacia los hijos afecta a las interacciones fraternales, como bien nos enseña Homer Simpson.
Hoy en día la posición intermedia resulta la más interesante, pues aunque la perspectiva interactiva tiene más peso, existen variables estructurales que han de ser consideradas. Por ejemplo, la tendencia de los hijos primogénitos al uso de la autoridad se puede explicar a través de la mayor exigencia de los padres sobre éstos para que sean responsable con sus hermanos pequeños.
Visto lo visto, no debe extrañarnos que los hermanos sean distintos entre sí. Es más, podríamos incluso decir que un rasgo característico de una persona es buscar la forma de diferenciarse, de sentirse única, y en este caso se puede conseguir por la elaboración de una identidad separada a la del hermano. Así, si mi hermano es muy bueno en deportes y a mí no se me dan muy bien, es muy posible que busque destacar en otras áreas, como la música.
El tiempo pasa, también para los hermanos
La relación fraternal no se mantiene estable en el tiempo, sino que evoluciona a lo largo del ciclo vital.
Es muy posible que tras el nacimiento del segundo hijo (fenómeno conocido como destronamiento), las relaciones entre ambos hermanos puedan no ser muy cálidas, y más si la diferencia de edad entre ambos es corta. Esto es lógico: un bebé puede resultar muy aburrido si no se puede jugar con él porque “se rompe”. Sin embargo, cuando el segundo hermano suele cumplir entre 3-4 años estas relaciones se intensifican.
En la edad preescolar suele aparecer la rivalidad entre ambos, llegando a una relación más igualitaria y basada en la cooperación entre los 6-12 años. La intensidad suele decrecer en la adolescencia, pues a esta edad lo normal es que se incremente las relaciones con los amigos y disminuyan las familiares (incluidas las relaciones con los padres y madres).

Una mala relación entre hermanos no tiene por qué ser para siempre. Con el paso de los años, quienes antes no se aguantaban puede convertirse en inseparables.
En la adultez, la relación se vuelve más voluntaria y dependerá de lo que se haya construido en el pasado. Sin embargo, sea como fuera, la vejez suele reactivar las interacciones fraternales, pues los hermanos pasan a compensar otras relaciones que se han perdido o disminuido en intensidad: pérdida de los padres, pérdida del cónyuge, alejamiento de los hijos…
Así, las diferencias entre los hermanos pueden variar a lo largo del tiempo, siendo muy posible que dos hermanos que no se aguantaban en la edad preescolar sean inseparables llegada la adultez.
Para saber más…
- Una película: La boda de Rachel
- Un libro: Klaus y Lucas (Agota Kristof)
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